Diálogos de RRSS

19 agosto 2023

Todo ya se ha dicho alguna vez; pero como nadie escucha, hay que decirlo de nuevo. (André Gide)

  1. Cuando alguien tiene algo que decir, no habrá censura, ni amenazas, ni torpeza personal que lo detenga. Siente la necesidad física de comunicarlo. Debe atender esa urgente demanda interna. Lo hará a pesar de las consecuencias adversas que deba superar, lo hará aunque no tenga la menor idea de cómo hacerlo. Solo no tener nada que decir impedirá que lo intente.
  2. Basta con organizar una frase o dos. Con frecuencia menos, sin puntuación ni ortografía. Un emoji alcanza. Una foto también. Nada más opuesto al tradicional temor de la página en blanco de quienes debían expresarse por escrito, que la excitación fugaz, inarticulada, de enviar un whatsapp.
  3. Hay usuarios que hallan en las RRSS herramientas formidables de comunicación, reconocen su poder y sin embargo no atinan a emplearlas. Algo hay que los detiene. Quienes se las entregaron, es probable que tampoco lo supieran. Solo trataban de vender herramientas.
  4. Imponer a las RRSS el agitado ritmo de la moda, que exige cambios frecuentes para convencer a su audiencia que solo así resultará atractiva, es una idea de comercialización que dinamiza el mercado, útil para los productores y vendedores de tecnología, inútil para muchos usuarios.
  5. Es improbable que a cierta altura de la vida, uno descubra proyectos suministrados por la tecnología. En el fondo, uno sigue dando vueltas alrededor del mismo nudo de conflictos que arrastra desde que llegó al mundo, y emplea la tecnología nueva para desentrañarlo, en el mejor de los casos sin conseguirlo.
  6. Lo intenté de un modo en el pasado, lo intento de otro modo en el presente, si tengo futuro probablemente lo intentaré de otra manera. He cambiado porque envejecí, he cambiado porque me equivoqué y algo aprendí, he cambiado porque la presencia de la muerte se vuelve cada vez más cercana.
  7. Hay que aprender a utilizar un repertorio de palabras y gestos, de tiempos y distancias para comunicarse con otros seres humanos. Esto es anterior a las RRSS, que no van a derogar esos fundamentos por una tecnología más seductora y frágil. Mientras no se domine lo básico, todo el resto se vuelve palos de ciego.
  8. No cuesta poco organizar un mensaje bien articulado, como sabe cualquier usuario de las RRSS. Aquellos que lo intentan con frecuencia, adquieren al hacerlo hábitos que los ayudan y pierden el miedo a fracasar. ¿Por qué fallarían? Todo es cosa de corregir y corregir, hasta conseguir una fluidez que resulta inhabitual en la primera escritura.
  9. No le interesan demasiado la mayor parte de los interlocutores que pone a su disposición las RRSS. Por más que piensa, no tiene nada que decirles y tampoco espera nada de muchos de ellos. No los necesita. Más bien lo estorban. Se sentía mejor tal como estaba, antes de que llegaran las RRSS: aislado y por lo tanto protegido de la diversidad alarmante que le ofrecen.
  10. Tanto si lo busca, como si no entra en sus planes, las RRSS le ofrecen la alternativa de reiniciar el diálogo con quienes fue distanciándose a lo largo de su vida. Son muchos los que regresan, convocados por la tecnología ignorante de los motivos (justificados o no) de reunión o separación de la gente.
  11. Diariamente recibe de las RRSS decenas mensajes intemporales o provenientes del pasado: textos de salutación, solicitudes de amistad, viejas fotos anodinas y ningún dato directo que contextualice. Esa falta de información algo le informa: la voluntad de no mencionar la actualidad del remitente, una censura tan amable como decidida.
  12. ¿Por qué habría de estar todo el mundo dispuesto a exhibirse demasiado en las RRSS? Hay razones de pudor o seguridad que lo desaconsejan. ¿Por qué el conocimiento de una persona debería indicar que no tiene objeciones para dialogar con todos aquellos que lo conocen? El descriterio de la tecnología pone en crisis al medio. En lugar de ayudar a la comunicación, la estorba.
  13. Diariamente cancela nombres de personas conocidas o desconocidas con quienes podría relacionarse, porque las RRSS las propone, y entonces reacciona sin pensarlo demasiado. Sin pensarlo dos veces, algunas son aceptadas, otras rechazadas. Los dos botones se encuentran tan cerca, que su dedo puede deslizarse y la decisión resulta irreversible.
  14. Dejaron de verse hasta que el azar de las RRSS volvió a conectarlos, muchos años más tarde. ¿Quiénes prometían ser cuando se separaron? ¿Quiénes son ahora? ¿Deben exigirse mutuamente que sean lo que prometieron? ¿Deben disculparse por no haber cumplido sus promesas? No lo sabe.
  15. ¿Qué referir de sí mismo a conocidos que no ve desde hace años y desconocen su vida actual? Eso requiere dedicación, mucho espacio, gran poder de síntesis y estar seguro de merecer suficiente atención del interlocutor. ¿Cómo volver atractivo aquello que no lo es? ¿Cómo evitar confesiones incómodas? De pronto, el contacto con viejas amistades gracias a las RRSS, lo sume en preguntas que deprimen. Debería callarse.
  16. No tener nada que decir en las RRSS no es un drama para nadie, si no se espera que uno deba decir algo. Pero incluso en tal caso, con ser breve o utilizar un emoji se resuelve el compromiso. No es mucho, pero se sale del paso. Ahora bien, lo más probable es que al callar uno tenga algo que decir, pero no se atreve a decirlo por temor a las consecuencias. Ahí queda empantanado.
  17. ¿Qué decir en las RRSS, cuando uno imagina que a continuación le caerán encima todos aquellos que por un motivo u otro se sintieran aludidos u ofendidos por sus palabras? No se trata solo de cuidar lo que uno dice, sino de calcular las innumerables alternativas de interpretación, sutiles o delirantes, necesarias o malintencionadas, capaces de invitarlo a callar.
  18. Participa en las RRSS porque todos aquellos que conoce lo hacen. Trata de no quedar fuera del círculo de sus amigos y competidores, pero las ve como una simple pérdida de tiempo, entretenidas en el mejor de los casos, demasiado inseguras, incontrolables, comprometedoras. Tomando en cuenta eso, preferiría evitarlas.
  19. Si antes lo atribuyó a una concertada marginación de la cual podía creerse víctima inocente, ahora no encuentra excusas. Al disponer de tantas maravillosas herramientas ideadas para comunicarse, descubre no tener nada que decir, no solo ahora, sino probablemente desde siempre. ¿Qué hará con la conciencia de eso?
  20. Desconcierto: le han entregado un refinado instrumento tecnológico que no le sirve de mucho. Se sentiría más cómodo si no tuviera que usarlo, pero ante la obligación de ocuparlo, para no dejar en evidencia su incapacidad para adaptarse al mundo acontemporáneo, retwittea profusamente, saluda, felicita, logra establecer un elemental contacto y eso es todo.

Monólogos del odio(I)

7 agosto 2023

A la larga, odiamos lo que habitualmente tememos. (William Shakespeare)

Cuando nuestro odio es violento, nos hunde incluso por debajo de aquellos a quienes odiamos. (Francois de la Rochefoucauld)

  1. Lo rodean los indiferentes y los temerosos. Mira alrededor y solo ve cobardías que no tienen nada que decir o prefieren callar cualquier dato personal para no atraerse problemas. En ese contexto pacificado por la carencia de riesgo, surge el discurso del odio, simple, vistoso, imposible de ignorar. Es su momento de llamar la atención y no puede permitirse desaprovecharlo.
  2. Uno de los mayores peligros del odio, es que resulte demasiado entretenido para los observadores desatentos o aburridos, que no dudarán en azuzarlo y sumarse a su desenfreno, porque no tienen otra cosa que hacer y lo evalúan como si asistieran a una película de efectos especiales.
  3. El odio que tanto espacio ocupa en los medios puede ser visto como un espectáculo, es verdad; gran parte de su discurso es puro teatro, pero incluye también una excitante promesa de abuso real para quienes por simple inercia lo imiten, que no puede ser desestimada.
  4. Hay amores que solo parecen consecuencias del odio. Se ama a los animales, porque se detesta a quienes se ve como sus enemigos y explotadores, los seres humanos. Se ama el caos, porque se detesta una sociedad que no se sabe cómo liquidar. La base que brinda el odio es demasiado endeble para sostener el amor.
  5. Mientras no decidió a quien odiar, comprueba, tampoco tuvo mucho que decir y no estuvo seguro de ser alguien. Ama su actual desasosiego, porque le suministra el impulso que antes le faltaba para reclamar y conseguir que otros en parecida situación le presten atención.
  6. Desde la experiencia de una molestia vivida y expresada, adquiere una resolución que no sospechaba, una elocuencia para manifestar el odio que lo asombra y le revela seguidores que admiran su arrojo. De pronto, gracias al discurso del odio, la soledad previa desaparece.
  7. Algo se quiebra (el temor a exhibirse) y para su sorpresa, lo que surge tan fácil y espontáneo de su garganta es puro odio. Sabe que cuando habla se expone a la crítica o la burla de quienes oyen, pero al hacerlo también libera cierta energía que no sospechaba de sí mismo, que otros no se atreven a utilizar, y al parecer nadie lo detiene. ¿Por qué callarse entonces? ¿Por qué privarse de una deliciosa libertad que acaba de descubrir?
  8. Halla su propia voz cuando sin pensarlo mucho encuentra a quien odiar. Tendría que mantenerse callado si estuviera satisfecho, porque el aplauso agota y el acuerdo adormece. Descubre que el odio, en cambio, lo despierta, lo impulsa a la acción. Cuando averigua que odia algo o alguien, le consta que existe.
  9. No es difícil agradar a casi todo el mundo. Solo tiene que renunciar a lo que más aprecia uno de sí mismo, y a pesar del esfuerzo que le cuesta la simulación, pasar desapercibido. ¿Continuará disfrutando su engañosa inexistencia? Pronto comprueba que puede odiar no importa a quien, porque todo no pasa de ser un juego y eso lo distingue de la mayoría.
  10. No se detiene a investigar por qué odia esto o aquello. Nadie se lo exige, tampoco lo cree necesario. Su odio es algo parecido a una pasión sagrada que lo exime de analizar sus propias motivaciones. De algún modo, es como si se volviera invulnerable a cualquier cuestionamiento. Se ha vuelto sordo y ciego a todo lo que no sea su ombligo.
  11. Si agrede con suficiente pasión, comprueba, nadie se atreverá a pedirle justificar su actitud. Será odiado o imitado simplemente. No lo detendrán. Solo si duda, si se disculpa, si toma precauciones, si da explicaciones, si demuestra alguna conciencia moral, estará perdido. Sus adversarios solo esperan eso para destrozarlo.
  12. Necesita con urgencia comunicar al mundo su intolerable disgusto, tal como necesita alimentarse o descansar, pero al intentarlo descubre que no sabe muy bien qué plantear. Después de buscar en su mente, solo encuentra insatisfacciones que justifican su actividad actual. Todo se organiza a partir de saberse en contra de algo.
  13. No puede concederle ninguna fisura al odio que construyó. Lo respalda, lo acepta en bloque, lo actualiza o se humilla reconociendo que estuvo errado. La alternativa de retroceder no existe.
  14. La rutina puede ser tan opresiva, que la opción del odio llega como alivio. Tal vez no deje buenos recuerdos, tal vez lo avergüence en retrospectiva, pero mientras dura el entusiasmo, lo previsible queda suspendido y quien odia tiene la impresión de haber hallado algo auténtico, que vale la pena probar.
  15. Cuando odian, salen de sí, las limitaciones habituales desaparecen, se vuelven capaces de indignidades que sin ese estímulo evitarían. Todo es posible de pronto, comenzando por aquello que hasta poco antes se condenaba, y es difícil olvidar esa libertad cuando se la ha experimentado. Se revela adictiva.
  16. Algo le duele, algo le molesta y en lugar de quejarse u organizarse con otros para cambiar una situación objetivamente incómoda, a veces injusta, personal o colectiva, odia. Es una declaración que lo embriaga y no conduce a nada, fuera de la satisfacción de revelarse insatisfecho.
  17. Revelando lo peor de cada uno, el odio une a la gente, más que otras pasiones. Hay odios compartidos, que hermanan a una multitud de solitarios, que de otro modo no tendría otra forma de manifestar su agresividad. No es casual que se hayan unido, porque todos aman odiar. Disfrutan entregarse al odio colectivo que los consuela de su mezquindad.
  18. Saben que siempre hallarán alguna víctima para su odio, porque la identidad de las víctimas es lo que menos importa. Pueden inventarla incluso entre aquellos que hasta hace apenas un rato eran sus más firmes aliados, porque necesitan odiar, tal como otros necesitan el entrenamiento físico, para quemar energías y estar en forma.
  19. La embriaguez del odio es adictiva. Nada la aplaca. Más se odia, mayor la necesidad de concederle más espacio para expandirse, aunque sea al precio de perjudicar a quien lo manifiesta. No cuesta mucho convertirse en vocero del odio, que destruye todo lo que toca. Más bien hay que cuidarse de no haber derivado (sin quererlo) a esa posición.
  20. La verdad no les importa demasiado cuando odian. El daño que puedan causar hasta darse por satisfechos, tampoco. Por eso buscan la desinformación que confirma sus impulsos iniciales, con la avidez del sediento que busca agua. Quieren ser lo que son, aunque el mundo los ignore o los desprecie.